El Jueves Santo es uno de los días más importante para los fieles y representa una ocasión de reflexión durante la Semana Santa. Esta fecha conmemora varios eventos significativos como la Última Cena, el Lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio y la oración en el Monte de los Olivos.
Con el Jueves Santo acaba la Cuaresma y se inicia el Triduo Pascual, es decir, el periodo en que se recuerda la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que se extiende del Jueves Santo al Sábado Santo. Dos eventos de singular importancia tienen lugar este día según la Biblia: la última cena, donde se instituye la eucaristía y el sacerdocio, y el lavatorio de pies.
“El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando sacrificaban el cordero de la pascua, los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la pascua?” Y el Señor les dijo: “Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle, y donde entrare, decid al señor de la casa: El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? Y él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto” (Marcos 14: 12-25).
En el judaísmo la pascua era una fiesta anual en la que se celebraba la liberación que Dios había hecho de los israelitas cuando estaban esclavos en Egipto. Además, era un tiempo de comunión y solidaridad entre el pueblo que se expresaba con una comida fraternal. Pero Cristo vivió aquella pascua de una forma muy diferente, porque fue entonces cuando Jesús se despidió de sus discípulos. Después de cenar irían al huerto de Getsemaní, donde el Señor sería arrestado y los discípulos dispersados, así que no volverían a verle hasta después de su resurrección.
Durante la Última Cena con los discípulos se dio la primera Eucaristía. Según la tradición, este acto es considerado un sacramento, ya que es el cuerpo y la sangre de Jesucristo son representados por el pan y el vino.
Jesús llegó con los doce al lugar destinado, y juntos se sentaron a participar de la última cena que el Señor comería antes de su muerte. Bajo el peso de una emoción profunda les dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios”. Y tomó una pieza de pan y, habiendo reverentemente dado gracias, la santificó con una bendición y dio una porción a cada uno de los apóstoles, diciendo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”; o como leemos en S. Lucas: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.”
Entonces, tomando una copa de vino dio gracias, lo bendijo y dio a ellos con este mandamiento: “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.”
Un mandamiento nuevo os doy: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”
En el gesto profético de Jesús, encontramos un nuevo modo amar. Un amor que no es pasividad ni espera, sino que es acción, iniciativa. Un amor que se refleja tomando el último lugar para servir a todos. Es un gesto que nos sigue hablando por sí mismo a pesar de los siglos y las culturas que nos separan.
Lecturas bíblicas: Libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14; Primera carta del apóstol San Pablo a los corintios 11, 23-26; Evangelio según San Juan 13, 1-15.
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